12.2.06

Campo de batalla.

Sobre las tierras húmedas una silueta de pieles, ropaje teñido de hojas y barros y sangre, mezclándose con las aguas que caen.

Las balas calan el alma, van cubriendo a los rostros de dolor. A las semanas adentro sólo quedan desfigurados, hombres sin mirada, dándose cuenta de que hay dos opciones: morir aquí, rápido, o vivir el resto de la vida con el saco de almas a cuesta. Es que cuando se mata, la pena es tener que llevar el alma del muerto, tener que vivir con esa última mirada, ese último ademán de vida. Los hombres que intentan escapar y corren caen arrodillados, y mueren sumergiendo su boca en el lodo. Los hombres que van al ataque, mueren tendidos mirando el cielo. Ese último grito, de dolor o de rabia, no dice lo que expresa, es en realidad un susurro a las cuerdas del destino, la última formal queja de una vida de pasiones, de una vida de amor. Pero el viento viaja, no oye, sólo barre los humos de la pólvora, indiferente.

Sobre las tierras húmedas una silueta de pieles, ropaje teñido de hojas y barros y sangre, mezclándose con las aguas que caen. Las aguas todavía caen.

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