31.1.06

La tele o yo

El saludo cariñoso, con apretón de manos y amplia sonrisa, para reflejar naturalidad, mostrar que soy un hombre feliz, que a nada temo. El imita, sólo imita, y me guía, por un laberinto de espejos en donde sólo yo no puedo verme. Estoy bajo la atenta mirada de mil desconocidos ocultos tras cien murallas: anónimos escritores narran mi historia y realizan mi vida; más de un asesino imaginará mi muerte, olerá mis sangres. Mil luces me han dejado ciego, también mi mente ha sido trucada con imágenes de colores fuertes y formas geométricas que se envuelven en si mismas y nunca terminan. Ahora todos ellos me conjugan en un único verbo. Es este el escenario de mis temores: me rodean los monstruos de mi mente y amenazan cada una de mis palabras, en el fondo mis mentiras están escritas sobre gigantes fotografías, esperando atentas la inevitable contradicción, aca, en el centro de este gran círculo, el hombre sin mirada interroga mis vidas, escarba mi mente buscando aquello que todos quieren oír. No se aceptará nada más que una respuesta simple, acotada, e hipnotizado no puedo sino ceder (por las fuerzas del aplauso y el fingido interés de un dibujado público) y moldeo mis textos para que todos puedan entenderlos. Voy y vengo, aquí me desfiguro, me quiebro entero, traición, traición, traición: "¿Qué es para ti el amor?", "¿El amor, para mi?, el amor para mí no sólo es indefinible, sino que es lo indefinible en sí, aquel velo de esencia pura que cubre los mantos de una supuesta realidad desnuda, y que en sus pliegues dibuja toda mirada y palabra y mundo. Es el espejo del todo, el vacío más profundo que contiene al infinito..." respondería, si pudiera por un segundo interrumpir este constante murmurear que me ha tomado prisionero.

15.1.06

Atropello.

No miró. La micro lo impactó por lo menos a 40 kilómetros por hora, le pegó como en diagonal después de resbalar por el frenado. Saltó harto, por lo menos 7 metros, y dio como una vuelta en el aire, yo creo que por el ángulo del impacto. Se veía que ya en el aire iba muerto porque la cabeza estaba floja y no hacía na'. Después cuando cayó ya no quedó ninguna duda; es que justo pegó con el asfalto entre hombro y cabeza haciendo que el cuerpo, con la inercia, le hiciera palanca pa' doblarle el cuello. El ruido, señor, se siente como si la ciudad estuviera toda callada y de pronto cayera un saco de papas de un avión. Si no se descabezó es porque era grande, corpulento, pero eso si el cráneo quedó ahí aplastado, abierto entero, y el asfalto lleno de sangre. Yo señor le juro, he visto sangre, porque trabajo en eso, pero tanta cantidad nunca, si imagínese que se fue como la lluvia por las canaletas de la calle. Y el cuerpo estaba doblado entero, como si no tuviera huesos, un brazo pasaba por detrás de la espalda y le llegaba más abajo de la cadera y los dedos todos chuecos. Y la cara completamente rota, yo nunca supe donde había quedado la nariz, es que no se veía nada con tanta sangre y como que el rose también le había quemado la piel, terrible, le digo. Lo único que le quedó al pobre hombre fue algo en los ojos, murió arrepentido parece, es que le brillaban todavía, y parecía que ahí le hubiera quedado el alma esperando, exigiendo una explicación que por qué se lo había llevado el Señor, si todavía quedaban cosas que hacer.

11.1.06

Ola.

De cuando en cuando una ola surge y crece y hay que saltar o si ya chocó me sumerjo. Quizás ir a parar al fondo y ensalzar un poco los interiores porque esa ola era grande o es que estaba mirando las arenas. Cuando de ningún lado la vi nacer, a ella, que venía brillando por un sol que la rosaba, y que se caía pero no, que se mantenía, y mientras jugaba me miró fijo y me dejó ahí paralizado, como cual serpiente, y me mostró sus ojos y me tomó en brazos, y que me atravesó entero, separándome, como en cada poro una manguera que me desmembraba. Vino a terminar con todo, porque se llevo al cielo y a las aguas, se llevó al tiempo, tan fuerte gritó que me dejó mudo, y nos acompañamos unidos, nos besamos profundos, en amor absoluto fuimos un segundo y ella me mostró la mar extensa y yo me dejé ser de celeste a negro. Desperté tendido en la arena acompañando a las jaleas, ella me hacía cariño y se despide, dejandome claro que allá ella y aquí yo, y que si no, mucha sal y mucha agua.

7.1.06

Tantos cuantos.

Cuantas veces dibujado y muerto. Cuantas veces amor, cuantas veces olvido. Cuanta búsqueda de mirada serpenteante, y en ella cuantos ojos no han sido los tuyos y cuanta bella sonrisa no fue más que seducción. Cuanta veces dicho, y tantas más olvidado. Cuantos siempres engañados, cuantos nada que tuvieron tanto y cuantos nunca en vano. Cuanta nada, infinita, impregnando mi vida de pausas y tiempo. Cuanto paso en vano, cuanta palabra inútil; mentiras y verdades ocultas. Cuanta risa, tantas menos que motivos. Cuanta gris felicidad, cuanta tristeza oculta. Cuantas veces traicionado por mis propios sueños, cuanto polvo acumulado en las esquinas de mi vida. Cuanta calle, de noche, y mujer lejana. Cuantas palabras que intentan, dibujan y mueren.

4.1.06

Funeral.

La explosión del viejo fusil cubre al parque de ecos. Se ha despertado un viejo pájaro oyendo los gritos de muerte y ha volado rápido para refugiarce en los cielos. Todos los reunidos lo han visto venir, aún así les ha perturbado: el susto no es producto de la sorpresa, sino de la conclusión de lo que siempre fue inevitable. Ni uno de ellos se ha movido, perdiéndose los gritos de pánico y los reflejos instintivos por los laberintos de costumbres y educaciones. Ella lo ha ignorado, su llanto la cubre, mientras va viendo como queda enterrada la última esperanza, aquella que cuenta la historia del muerto y su mano victoriosa negando su muerte, abriendo su propio ataúd. Ahora sólo queda aceptarlo.

Un segundo disparo amenaza al limpio cielo y es devorado por las luces del sol. Anuncia la entrada gloriosa de los tiempos extendidos, de aquello infinito que alberga todo segundo. Es todo lento, cada terrón y cada piedra es un sonido separado, un nítido impacto, y hacen todos el canto de la muerte, junto con las palas sumergiéndose en las nuevas tierras y aquellos distraídos que despiden olvido por sus narices y bocas. Esperar a que las lágrimas terminen de recorrer el rostro, esperar bajo este calor asfixiante a que se termine esto de una vez.

El tercer disparo es predecible. El pájaro ha vuelto a su viejo lugar, entendiendo que no hay amenaza presente. Los presentes se dan permiso para movimientos más extendidos, los tímidos ya tosen, los amplios ya conversan, ella ya no llora. Vuelve el pasto a su lugar, llegan flores a cubrir la tumba. Sucede el primer momento en que nadie piensa en el muerto, y así comienzan a comerse las maderas de la vida las termitas del olvido. El pobre, bajo tierra, pálido e inmóvil, no tiene más opción que seguir muerto.